El Señor tenía un campo, por el que paseaba de vez en cuando.
Pero un día visitándolo, vio la necesidad de cultivarlo y decidió trabajarlo.
Lo limpio de malas hierbas, lo labro y lo preparo para la siembra.
Lo trabajo con delicadeza y lo sembró, con gran amor utilizando una semilla buena y fértil.
Lo abono con esmero y lo cuido, para que la semilla brotara, creciera y desarrollara y diera buen fruto.
Y lo inmunizo, contra cualquier mal, temporal o ventiscas, para que si en alguna ocasión la buena y fértil semilla que el sembró, en su crecimiento era dañada y caía, se volviese a levantar y seguir creciendo y desarrollando con fortaleza y con normalidad.
J.P.D.
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